CRÓNICA DEL CAMINANTE – Huaqueros modernos
- Pablo Tréboles
- 22 jul 2019
- 5 Min. de lectura
CRÓNICA DEL CAMINANTE – Huaqueros modernos
Por: Pablo Tréboles
“Nunca juzgues a un libro por su cubierta” “Lo esencial es invisible a los ojos” ¿Cuántas veces hemos escuchado o leído estas frases? y ¿Cuántas veces las hemos puesto en práctica en la vida real? Somos tan banales que nos dejamos llevar por las apariencias, por la forma en que vestimos, por nuestro color de piel, por las ventajas económicas que tal vez poseemos o por un sin fin de ridiculeces que nos hacen creer mejores o peores que el resto de individuos que habitamos en este planeta.
Existe gente que hace maldades, no les voy a negar eso, pero, alguna vez escuche una canción de un Rapero español donde decía “todos tenemos una historia que debe ser contada, guardamos un secreto del que nadie sabe nada, hablamos con la almohada pero no responde” y siempre he creído que si no puedes crear una historia de algo o de alguien o por lo menos encontrarle un significado, o es porque eres demasiado hueco o porque ese algo o alguien nunca fue importante en tu vida.
Había tomado el autobús en el playón de la Marín a las 20:00 horas del 15 de junio del 2017, me dirigía a casa después de haber culminado clases en el instituto en donde estudio, me subí a un autobús de la cooperativa Amaguaña, mis audífonos se habían dañado y no tenía un libro para leer así que estaba preparado para un aburrido viaje de 30 minutos hasta llegar a casa, en el pasillo del autobús había 5 personas de pie, los asientos estaban ocupados o por lo menos eso pensé, caminé hasta la mitad del autobús y encontré un asiento libre junto a un muchacho de apariencia muy desaliñada, el muchacho llevaba una camiseta de color rojo, un saco de lana celeste, una mochila sucia y rota de color rosado y un gorro celeste que en la parte frontal tenía una pluma de gallina, le faltaban dos dientes del maxilar superior, sus manos estaban sucias, sus uñas largas y tenía un olor particular, me senté junto a él.
Las personas que se habían quedado de pie en el pasillo del autobús no se habían sentado junto al muchacho obviamente por su apariencia. Note que mi vecino de asiento tenía un libro que leía en voz alta y podía escuchar cómo mostraba interés en su lectura, era un libro de historia del Ecuador viejo y roto, cuando pasamos el sector del trébol, mi vecino se dirigió a mí diciendo - aquí dice que estas vasijas eran de color dorado metálico- voltee a verlo sorprendido, seguramente con la misma mirada que muchas personas le habrían dirigido en su vida, - ¿Qué lees? -Le pregunté, y me respondió diciendo que era un libro de historia y empezó a mostrarme algunas ilustraciones en blanco y negro de las vasijas de diferentes culturas antiguas del ecuador, me contó que iba a replicarlas con plastilina o con arcilla, me dijo que el libro se lo había encontrado en la basura.
Justo en ese momento el controlador del bus empezó a cobrar los pasajes, y pude ver como mi acompañante sacaba un monedero de su saco celeste y sacaba 50ctvs, se ofreció a pagarme el pasaje, no se lo permití y fui yo quien pagó el pasaje de los dos y volvimos a nuestra conversación, vi que tenía una flauta dulce y le pregunte si la entonaba, me respondió que sí y me mostró un afiche pequeño de la casa hogar a donde acudía para comer y donde se había presentado recientemente con un número musical, me contó sobre su presentación con mucho orgullo, continuamos conversando del libro y le pregunte si le gustaba leer, me dijo que le encantaba y empezó a enumerar una lista de libros que había leído, me preguntó mi nombre y cuando le dije que me llamo Pablo me dijo -¿sabías que Pablo era un hombre sabio?-
- ¿Qué Pablo? -le pregunté, -el Pablo de la biblia- fue lo que me respondió, entonces le pregunté su nombre y me dijo que su nombre era José.
Me dijo que no sabía cómo replicar las vasijas y le recomendé que primero las dibujara a una escala más grande, saqué mi cuaderno y un esfero y se los ofrecí, empezó a dibujar una de las vasijas mientras conversaba y le escuchaba, me dijo que vivía en San Miguel de Conocoto y que por su casa hace algunos años habían encontrado algunas vasijas y dijo que él conoce los puntos de las Huacas por su barrio. Le pregunté a qué se dedicaba actualmente y me dijo que a reciclar de la basura era un Huaquero moderno que buscaba tesoros escondidos en la basura de los citadinos.
Me contó que había estado preso, no me dijo el por qué, pero me dijo que en la cárcel había aprendido a hacer artesanías, entonces abrió su mochila y sacó una lata de pintura y dijo que también le gustaba hacer grafitis, detrás de la lata de pintura sacó una ardilla de peluche y dijo que también la había encontrado en la basura, me la mostro y pude notar que el peluche estaba en buen estado, solo estaba sucio.
Veía a José mientras me hablaba, veía que su rostro estaba cansado, yo lamentaba mucho el no tener nada para beber o para comer que hubiera podido ofrecerle, miraba como se expresaba con tanto respeto hacia los libros, dijo que le hubiera gustado estudiar algo sobre la cultura del Ecuador, pero que su familia era muy pobre y no había podido terminar la escuela y que luego la calle le había capturado obligándolo a sobrevivir de la basura, durante nuestra conversación podía sentir cómo las personas que iban de pie en el autobús nos observaban, me pregunto, ¿cuántas de las personas que estaban en ese autobús hubieran mantenido una conversación con José? y ¿cuántas de esas personas simplemente lo hubieran ignorado? o ¿Cuánto tiempo hubiera pasado vacío el asiento junto a José?
Estábamos cerca de mi parada y debía ya despedirme, le pedí mi cuaderno arranque las hojas con los apuntes del instituto y le dije que podía quedarse con el resto y con el esfero y que continuara leyendo, que siguiera con la música y con las artesanías, que se aleje de las cosas malas, y que se porte bien, estrechamos las manos como si nos hubiéramos conocido hace mucho tiempo, dijo que le había gustado conversar conmigo, le dije sin mentir que a mí también.
Nuestras historias se cruzaron por 30 minutos, y han pasado tres horas de nuestro encuentro y me sigo preguntando ¿Cuál es la diferencia entre José y yo? somos seres humanos, miramos, olemos, sentimos, pensamos, nos movemos al igual que todos, nuestras ventajas o desventajas no son de importancia. ¿Por qué las personas nos veían con asombro mientras conversábamos? ¿Por qué lloro mientras escribo el final de esta crónica del caminante?
José me dijo que lo busque en Facebook como Natalicio Sánchez, lo busque apenas llegue a casa, no lo encontré.
Mi estimado José, espero que algún día con tu afán por encontrar algo nuevo que leer, encuentres esta crónica del caminante que tu amigo del Autobús escribió sobre ti.
Es mi forma de darte las gracias por la lección de humildad.

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