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RAQUEL Y LOS CUATRO SABERES

  • Foto del escritor: Pablo Tréboles
    Pablo Tréboles
  • 19 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

RAQUEL Y LOS CUATRO SABERES

Por: Pablo Tréboles


Raquel se aventuró en solitario y en la noche a la ruta conocida como integral de los Pichinchas, con ese nerviosismo típico que se siente cuando se hace algo por primera vez; Raquel llegó a la estación del teleférico de Quito, pagó su boleto y subió a la cabina, ella era la única que subía a esa hora, los guardias le habían explicado que cuando llegara a la estación alta el teleférico se apagaría y no se volvería a encender hasta el día siguiente, sabiendo eso, Raquel tenía claro que su única opción era realizar la ruta planificada, no podía arrepentirse.


Cuando descendió del teleférico, se acercó al mirador para alistarse e iniciar la marcha, observó la roca tallada que se encuentra en ese lugar, y recordó que su padre le había dicho que era el rostro del Apu Pichincha, así que decidió que en ese punto debía pedir permiso a los cerros para entrar en sus dominios y así lo hizo, recito la oración que su padre le había enseñado e inició la marcha.


Avanzó con buen ritmo, estaba sola en el páramo, sentía el viento frío y nocturno que le acariciaba las mejillas y le susurraba a los oídos, de repente cuando Raquel se acercaba a la antena de trasmisión que se encuentra en el camino al Rucu Pichincha observó a un hombre que permanecía de pie junto a la ruta.


-Buenas noches señorita- dijo el hombre que vestía un pantalón negro, botas, un poncho de color rojo y un sombrero de paño.


-Buenas noches señor- respondió Raquel dándose cuenta que se trataba un hombre mucho mayor a ella.


- ¿Le puedo acompañar un momento? - preguntó el señor mostrando esa educación que hoy en día ya no se ve.


Raquel aceptó, y aquel hombre mayor comenzó a hablar:


-Muchos vienen por estos caminos, pero casi nadie se detiene a saludar, muchos vienen y se toman fotos en las rocas, pero casi nadie se detiene a abrazarlas y a sentir su calor. Hace años que nadie me saluda, hace años que nadie me mira-.


- ¿Disculpe? - preguntó Raquel, confundida.


-Soy Pichinchay- Respondió el hombre mostrando una tierna sonrisa -O algo así recuerdo que era mi nombre. Vi como se detuvo frente a mí para pedirme permiso, sepa usted señorita que siempre es bienvenida, siempre y cuando por supuesto demuestre respeto y cariño por los saberes ancestrales y por las culturas que habitaron en las laderas hace muchísimos años, mi mensaje nada más señorita, es el siguiente; Cuide y respete la memoria de las culturas relacionadas con los cerros. –


- ¿Qué? - preguntó Raquel más confundida aún.


-A lo largo de esta noche se encontrará con otros tres guardianes, escúchalos por favor- respondió el hombre, dio media vuelta y desapareció en la oscuridad de la noche.


Raquel quedó perpleja, sin embargo, no sintió miedo, su padre le había dicho que en los cerros no hay maldad, así que pensó que el encuentro con aquel hombre viejo solo había sido producto de su imaginación y del sueño, entonces continuó la ruta, llego a la cumbre del Rucu Pichincha a las 12 de la noche. Descendió acercándose a la ventana detrás de la roca del águila y se dirigió al cerro Ladrillos.


Cuando escalaba la arista oriental del cerro Ladrillos, vio que alguien más estaba en la cumbre, era un hombre joven, que se encontraba sentado a un lado.


-Buenas noches- Dijo Raquel.


Pero aquel hombre solo guardo silencio y movió la cabeza haciendo una señal de saludo.


- ¿Está solo? - preguntó Raquel.


El hombre solo se puso de pie y empezó a caminar por la arista occidental del cerro dirigiéndose a la montaña conocida como Padre Encantado, entonces volteo a ver a Raquel y solo dijo una palabra. -Sígueme. –


Raquel por alguna razón obedeció y empezó a caminar detrás de él, escuchando de vez en cuando que susurraba algo que ella no entendía, llegaron a la base del Padre encantado y empezaron a subir por el arenal y el extraño comenzó a hablar.


-El servicio al prójimo debe ser parte de tu caminar- dijo el extraño.


Entonces sus ropas cambiaron convirtiéndose en un hábito de monje franciscano, Raquel al ver eso se quedó sin voz y el extraño volvió a hablar.


-Alguien que, también recorrido estos caminos, dijo que el montañista debe ser buena gente, no olvides que cada vez que ayudas de corazón, mas alto subes en la montaña de la vida- terminó de decir el monje.


-Sí- respondió Raquel notando que en la cumbre faltaba la roca más grande.


Y el extraño monje se acercó al sitio en donde se suponía que debía estar esa roca, se puso de rodillas, agacho la cabeza y de un momento a otro se transformó en la roca que faltaba.


Raquel entendió entonces que no estaba imaginando cosas, descendió del Padre Encantado, dirigiéndose al Guagua Pichincha, recordó que el anciano con quien se había encontrado en el Ruco le había dicho que se encontraría con tres guardianes más, ya se había encontrado con el monje que le habló acerca del servicio al prójimo, entonces faltaban dos más.


Llego al refugio del guagua y descansó un momento, siempre atenta al encuentro con los otros dos guardianes, pero hasta las cuatro de la mañana no vio nada, fue cuando decidió salir a la cumbre, cuando llegó al filo del cráter de guagua pichincha vio un curiquingue madrugador posado sobre una piedra, enseguida el ave alzó el vuelo y se alejo en dirección de la cumbre de volcán.


- ¡Espérame! - gritó la voz de un niño a las espaldas de Raquel.

La muchacha volteó a ver y se encontró con niño, un guagua que la miraba con ojos curiosos.


- ¿Eres tú? – preguntó el niño deteniéndose frente a Raquel -Si me dijo mi taitita que ibas a venir por aquí, ven, juega conmigo- termino de decir el niño y corrió detrás del curiquingue que ya estaba lejos.


Raquel lo persiguió corriendo también, vio como el curiquingue volvía y se posaba en el hombro del niño.


-Ven- volvió a decir el niño y cuando Raquel se detuvo a su lado, el niño continuó diciendo -Me gusta hacer muchas preguntas, ¿por las gencianas tienen tantas formas? ¿Por qué las almohadillas se dedican a recolectar agua? ¿Por qué los lobos huelen feo? ¿Por qué los conejos saltan en lugar de caminar? ¿Por qué los cóndores tienen ese collar blanco? ¿Por qué los quindes vuelan tan rápido? ¿Por qué subes montañas? -.


Raquel se quedo pensando y finalmente respondió – No sé las respuestas a todas esas preguntas, pero yo subo montañas por que en ellas encuentro paz-.


- ¿Te has preguntado todo lo que yo me pregunto? - volvió a decir el niño.


-Sí- respondió Raquel -me intereso por esas cosas-.


-Muy bien, nunca debes dejar de ser una niña curiosa Raquel- dijo el niño sonriendo, solo siendo curiosa podrás descubrir los secretos de las montañas, nunca dejes de ser una niña-.


Entonces el curiquingue salto del hombro del niño al hombro de Raquel y habló.

-Si respetas la memoria de las culturas, si ayudas a quien lo necesita, si eres curiosa, entonces podrás cuidar de la naturaleza- Dijo el curiquingue y se alejó volando, el niño también desapareció.


LOS CUATRO SABERES DE LA MONTAÑA

· Respetar la cultura asociada a los cerros.

· Ayudar a quien lo necesite.

· Ser curioso.

· Cuidar de la naturaleza



El rostro del Apu Pichinchay

El Rostro del Guagua Pichincha

El Curiquingue

 
 
 

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