LA VOZ DE MI ABUELO – EL CHISPO VIRINGO
- Pablo Tréboles
- 13 jun 2020
- 3 Min. de lectura
LA VOZ DE MI ABUELO – EL CHISPO VIRINGO
Por: Pablo Tréboles Informante: Isidoro Tréboles
Isidoro era capataz de una conocida hacienda de la parroquia de Conocoto, esta hacienda se ubicaba justo en lo que hoy conocemos como el Infa, en esos tiempos todo el valle de los chillos era justamente eso, un valle, y las pocas parroquias que se encontraban levantadas en este sector solo contaban con una iglesia central, unas cuantas casas, haciendas con grandes extensiones de terrenos y cantinas.
Isidoro era un hombre fornido, alto, bravo y de carácter fuerte, montaba a caballo, siempre usando su sombrero de paño, vestía de manera elegante con chaqueta y pantalón formal. Aprovechando su juventud salía todos los viernes o cuando podía a tomarse unos tragos en la cantina del pueblo.
En algún momento de la historia, esta parroquia de Quito había sido escenario de algunas trágicas y misteriosas muertes, justo a orillas del río San Pedro.
-Han encontrado otro muerto en la quebrada- Dijo uno de los hombres que se encontraba en la cantina de la parroquia, Isidoro también se encontraba de juerga en aquel lugar.
-Es el tercero de esta semana- dijo otro hombre con tono preocupado -lo raro es que ninguno de los cuerpos tiene heridas, eso dicen los serenos –
Otro hombre sentado casi en el centro de la cantina dijo -Es mejor tener cuidado, yo siempre ando con el cabestro y con el puñal a la mano, algún ladrón a de ser el que anda haciendo estas fechorías-
-No tengo miedo- dijo Isidoro ya un poco borracho y con esa valentía que suele aparecer después de unas copas, - Yo vine a tomarme mis buenos tragos y si ustedes, cobardes, no se quedan es su problema- y se hecho a reír burlándose de sus compinches de tragos.
Uno a uno se fueron marchando, pero Isidoro se quedó a seguir festejando, cuando dieron las tres de la madrugada el cantinero le pidió al valiente capataz que se marchara, Isidoro lo hizo, con mala gana y amenazando al dueño de la cantina se subió a su caballo y empezó a galopar en dirección a la hacienda donde trabajaba, como ya era muy tarde decidió cortar camino por la quebrada.
Su caballo era veloz, pero en esos angostos chaquiñanes le tocaba galopar a paso lento, Isidoro borracho como estaba iba buscando pelea en voz alta, amenazando a cualquier bandido que pudiera estar escondido entre los matorrales, de repente algo llamó su atención, era el llanto de un bebé que se escuchaba cerca del río, Isidoro detuvo al caballo, medio, medio intentó enjuiciarse para lograr escuchar al bebé que cada vez lloraba más fuerte y con desesperación, el valiente jinete descendió de su caballo y se acercó al río, en la orilla encontró a una pequeña criatura envuelta en un poncho rojo y pálido por el frío, efectivamente era un bebé el que lloraba desesperado a orillas del río.
Isidoro cargo en sus brazos a la criatura -Pobre guagua- dijo Isidoro con nostalgia - ¿Cómo pueden existir mujeres sin corazón que abandonen a sus guaguas? – Se subió al caballo con el niño entre sus brazos y empezó a cruzar el río para poder llegar al otro lado de la quebrada, pero, en la mitad del frío río San Pedro, el caballo se detuvo y no quiso avanzar más -¡Carajo!- Le gritaba Isidoro a su caballo, pero este no se movía.
El bulto entre los brazos de Isidoro comenzó a moverse de manera inquietante y soltando una risita juguetona hablo; -Yuca dentes tengo- dijo el bebé, Isidoro miro a la criatura entre sus brazos y observó asustado como ese bebé le sonreía mostrando unos afilados dientes, y el bebé volvió a decir -Y rrabo tambén tengo- y por su pequeña espalda apareció un largo rabo de ternero, Isidoro lanzó al demonio por el aire y cuando el caballo por fin se sintió libre del peso endemoniado salió corriendo, cruzando la quebrada con un Isidoro casi desmayado y echando espuma por la boca.

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