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CRÓNICA DEL CAMINANTE – Amor a las alturas

  • Foto del escritor: Pablo Tréboles
    Pablo Tréboles
  • 20 jun 2019
  • 6 Min. de lectura

CRÓNICA DEL CAMINANTE – Amor a las alturas


Por: Pablo Tréboles


La noche del 17 de agosto del 2017 recibí de manera muy emotiva un mensaje de mi gran amigo y maestro, Pato Castro, quien me expresó que veía con agrado que sea Saddaista, y me felicitó por mis “crónicas del caminante”, mantuvimos una pequeña conversación sobre la época romántica del montañismo, y sobre la cultura que este deporte esconde detrás de las cumbres y he recordado con mucha nostalgia el momento y el lugar en donde nació mi amor por las montañas, en donde descubrí mi amor a las alturas.


Era una mañana de un sábado de diciembre del 2013, no tenía internet en casa, entonces debía salir a realizar mis tareas del instituto en un centro de cómputo cercano al parque de Conocoto, mientras realizaba mis deberes, y estando conectado a Facebook, llegó un mensaje de mi amigo Darwin Jiménez, -Pablin, dice el Pato que le invita al cerro Corazón- con Pato ya habíamos subido antes al Ilaló, y habíamos ido a caminar a la laguna de la mica, además de habernos “chumado” en las fiestas de Mulaló después de escalar en la Chillintosa, siempre en compañía de Darwin y de su hermana Sandy, pero ¿ir al cerro Corazón? yo Apenas había subido a la ante cumbre del Pasochoa, mi actividad montañera de ese entonces se limitaba a ascender pasando un fin de semana al Ilaló, ¿Dónde quedaba el cerro Corazón? Entonces busqué en internet, y lo primero que vi, fue una fotografía de una montaña de roca y nieve ¿Qué necesitaría para escalar eso?


Pedí más información a Darwin –lleve lo normal- me dijo -pero vera que hace frío- ¿Qué era lo normal para una montaña de esas características? Salí del centro de cómputo y regresé a casa corriendo, la hora de encuentro con mis amigos seria a las 19 horas en el Playón, pero primero debía convencer a mi madre de que me diera permiso, unas semanas antes de esta aventura, yo había comprado con la paga de un trabajo, mis primeros bastones de caminata, y mi primer pantalón impermeable de color celeste, mi madre también me había regalado mi primera mochila de montaña.


Contando con el permiso de mi madre, aliste “lo normal teniendo en cuenta que hacía frío” y lleve una chompa gigante de color café, que parecía de esquimal y un saco negro térmico. A las 19 horas nos encontramos con mis amigos, estaban: Pato, Darwin y su hermana Sandy, tomamos el bus que nos llevaría a Machachi. Una vez que llegamos al valle de los nueve volcanes, Pato me contó la historia de la viuda de la Iglesia central de Machachi, y caminamos por una calle oscura, caminamos unas cinco cuadras y curvamos a la derecha -¡FAVOREZCA!- grito Pato, frente a la puerta de una casa de un estilo singular, entonces salió un señor pequeño que caminaba apurado saludamos, y Pato nos presentó, este señor tan amable era Antonio Morales “Don Antuquito” quien también se convertiría en mi maestro de montaña, de lectura, de música, de escritura, investigaciones científicas, en fin un maestro de vida.


La pequeña casita resulto ser bastante amplia, Don Antuquito nos dio un recorrido por la casa, nos explicó que era una hostería para el turismo de montaña, -Bienvenidos a Chiguac- dijo, la casa era cálida, llena de cosas curiosas, como cuadros, cámaras fotográficas antiguas, una hermosa botella de vino que en su interior tenía una pareja de novios que bailaban dándoles cuerda, Antuquito como en la actualidad lo llamo, nos mostró su biblioteca, luego nos sentamos en la sala y Antuquito nos dedicó unas hermosas piezas musicales salidas de las cuerdas y el arco de su violín. Con el dulce sonido de un violín comenzaba esta aventura, fuimos a dormir, a las 3am debíamos estar despiertos para salir a la montaña.


A las 4am estábamos ya en un chaquiñán arriba de la estación del tren de Aloasí, el chaquiñán era de tierra y de piedras cubierto por árboles de eucalipto, a las 4 de la mañana no se veía nada, y los únicos que tenían linterna eran Antuquito y Pato, Antuquito iba a la cabeza yo iba junto a él tratando de seguirle el paso, Pato, Sandy, y Darwin iban unos cuantos metros más atrás, en medio del chaquiñán apareció algo, era de color negro con una franja blanca a lo largo de la espalda, me acerque curioso –¡UN ZORRILLO!- grite emocionado, Antuquito me tomó del brazo y me halo chaquiñán arriba, mientras el animalito asustado corrió en dirección contraria pasando en medio de las piernas de Pato, Darwin y Sandy, todos reímos por lo ocurrido, por suerte el zorrillo no nos roció con su apestosa orina sino ahí mismo nos hubiéramos ido en vómitos.


Llegamos al sembradío de papas, era las 5:15am, nos detuvimos, hicimos un círculo, y Pato nos explicó que debíamos pedir permiso, - ¿a quién? Si aquí no hay nadie- pensaba en silencio, entonces Antuquito empezó: “Gran hacedor del universo, tú que vives en lo alto de las montañas que tanto amamos…” era la primera vez que escuchaba la oración de montaña, y entendí entonces que estaba a punto de descubrir algo que había estado frente a mí durante mucho tiempo, estaba a punto de descubrir el lado cultural del montañismo, entendí que no se trataba de las cumbres, que se trataba de entender la historia que las montañas tenían que contar, la oración terminó con un ¡Huyayay! y pude sentir que entraba a otro mundo, al mundo de las poesías que el viento con sus silbos transmite a los caminantes.


Terminada la oración reiniciamos la marcha, -¡UFO!- grito Pato señalando al cielo despejado de la madrugada, todos vimos hacia arriba y logramos ver a tres extrañas luces que formaban un triángulo moverse sobre nosotros en el firmamento, atravesó el cielo, de occidente a oriente a gran velocidad y en silencio, no era un sueño, no eran ilusiones nuestras, algo voló sobre las cabezas de cinco caminantes esa mañana, todos nos quedamos en silencio y sorprendidos, vimos un “ovni” un “ufo”, la historia de este avistamiento la hemos contado varias veces a amigos, así como la historia del monstruo del Rumiñahui que viviríamos dos años después con Antuquito.


Pasada esta sorpresa seguimos el caminar, comentando entre nosotros lo que habíamos visto, no tenía idea de que era lo que nos esperaba más arriba, pasamos los pinos, subimos el pajonal y tomamos un atajo para evitar ir por el camino en zigzag, yo caminaba con Antuquito haciéndole todo tipo de preguntas sobre los páramos, la flora, la fauna, leyendas, recuerdo querido amigo que le pregunté ¿hace cuánto tiempo hacía usted montaña? Y cuál era ¿su montaña favorita? Me dijo que iba a la montaña desde pequeño y que su montaña favorita era el Rumiñahui, ¿se acuerda Antuquito? Cuando llegamos a la zona de las almohadillas nos recostamos en el páramo para esperar a nuestros tres amigos y de la nada apareció un esponjado conejo y otra vez yo emocionado dije -¡UN CONEJO!- y usted Don Antuquito le dijo de manera muy tierna “hola curioso”, el conejo nos quedó viendo dio media vuelta y se escondió entre los pajonales, en ese lugar nos tomamos una foto los cinco caminantes andinos.


Seguimos la marcha en dirección al arenal y a las rocas, nunca había estado tan alto, y ya podía sentir los malestares de la altura, pero a la izquierda aparecía hermoso un Cotopaxi, y a la derecha una fila de nubes esponjosas que estaban como colocadas intencionalmente a nuestros pies, hasta daba ganas de saltar sobre ellas en dirección a la costa, yo seguía ascendiendo, Pato muy amablemente me prestó una chompa impermeable, porque la chompa gigante que yo había llevado se había quedado en Chiguac por ser muy pesada, yo seguía pegado a Antuquito siguiendo sus pasos en las rocas, llegamos al lugar que él había bautizado “la biblioteca” era una pared de roca vertical, que de verdad parecía una biblioteca desordenada.


Arriba de la biblioteca estaba la extensa arista final que nos llevaría a la cumbre 4790msnm llegamos todos juntos, al frente iba Antuquito, yo iba detrás de él, luego Darwin, Sandy y Pato, las montañas de la cordillera occidental habían estado cubiertas con un manto de nubes, pero cuando estábamos cerca de llegar al trono del inca en el punto más alto de la montaña se destaparon como dándonos la bienvenida, los dos amantes hermosos, los Ilinizas estaban ahí saludando, mis mejillas se llenaron de hormigas, era emocionante estar en ese lugar, era todo muy hermoso, habíamos llegado a la cumbre, disfrutamos del paisaje, tomamos fotografías y descendimos de regreso a Chiguac.


Luego de esta aventura, vinieron muchas más en compañía de Darwin, con Antuquito nos hemos recorrido casi todos los 9 volcanes del valle, además de ir a lugares completamente, desconocidos, olvidados, o perdidos por el tiempo.


Muchos amigos he conocido por las montañas y con varios de ellos he subido al Corazón, en este cerro cuyo nombre verdadero es Huallancatso, he vivido hermosos sentires, en una ocasión con Sheila, Antuquito, Alejandro y Jaqueline vimos en medio del chaquiñán un cachorro de lobo de páramo, en otra ocasión con David Suqui y Elvis tuvimos que regresar desde la arista final del lado sur por una tormenta de granizo, con Marcelo y Andreita escuchamos en la cumbre unos extraños tambores que venían desde el cráter, en esta montaña conocí a mi querida amiga Nojita, y en esta montaña di un largo beso a mi Mabe, y cuando ya no estuvimos juntos, en la cumbre de esta montaña deje como ofrenda el collar con su letra “M”. En el corazón me enamore de las montañas, de los pajonales, de las chuquirahuas, de las urcu rosas, del viento, de las rocas heladas, de las nubes y siempre que visito esta cumbre mis mejillas se llenan de hormigas.




 
 
 

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