top of page

LOS MONTES DE LOS MISTERIOS Y MI PRIMER 5000

  • Foto del escritor: Pablo Tréboles
    Pablo Tréboles
  • 5 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

LOS MONTES DE LOS MISTERIOS Y MI PRIMER 5000

Por: Pablo Tréboles


Esta aventura comienza en una noche de agosto del 2014 en la hostería Chiguac, junto con mis dos amigos Lucas y Antuquito, escuchando el sonido de un violín, hablando de libros viejos y compartiendo anécdotas de montaña, los tres participamos en un programa de montaña llamado “Tras las huellas de Whymper” organizado por el club de andinismo Guallancatzo del cantón mejía.

Pasamos la noche en la hostería, una casa al estilo colonial llena de artefactos antiguos y curiosos; como ya es costumbre dormimos en el ático y a la mañana siguiente despertamos a las cinco de la mañana para alistarnos y desayunar.

Antuquito es un andinista experimentado, pero Lucas y yo nos estamos apenas formando, En esa mañana debíamos reunirnos con los miembros del club Guallancatzo en la hostería y yo en especial debía reunirme con una chica que apenas estaba conociendo pero que después se convertiría en una gran amiga y compañera de montaña, después de que los miembros del club llegaron y mi amiga Nojita también, empezamos el viaje a la Reserva de los Ilinizas.

El Iliniza Norte sería mi primer 5000, por lo que iba muy emocionado, después de ver un gran amanecer desde el Chaupi y ver cómo la roca roja de los Ilinizas brillaba con el primer rayo de sol dimos por empezada la travesía. Como buenos andinistas humildes y como peregrinos de un sendero que nos lleva a tocar las nubes, antes de ascender pedimos permiso a la montaña para poder entrar a sus dominios e hicimos una oración la cual terminamos con un fuerte ¡HUYAYAY! que en Quichua quiere decir viva, pero en forma de saludo o festejo.

La caminata desde el parqueadero de la reserva hasta el refugio duro tres horas, en el trayecto escuchábamos las leyendas que Antuquito nos contaba, y nos enterábamos de la historia que Whymper dejo en nuestro país, además conocimos la historia del primer andinista Ecuatoriano David Beltrán. El arenal de la aproximación al refugio resulto ser bastante cansado por lo que me quedé atrás cerrando, Lucas, Antuquito y Nojita iban encabezando el grupo.

El arenal no solo resultó ser cansado sino que también me regalo las primeras molestias de la altura, un dolor de cabeza intenso empezó a crecer en mí, pero no le di importancia, seguí caminando, al llegar al refugio nos dio la bienvenida un hermoso lobo andino que sin miedo se acercaba a nosotros curioso y hambriento, las orejas de conejo, las rocas y por supuesto las dos montañas Iliniza norte e Iliniza sur nos deleitaron con un fantástico paisaje que muchos solo pueden imaginar y no creen existente.

Ya en el refugio y después de hacer las fotos correspondientes nos alistamos: los cascos, los arneses, los guantes, la cuerda, las mochilas, las gafas y las cámaras ya estaban listas. Era un día despejado y la montaña nos invitaba a seguir.

Mi dolor de cabeza crecía, pero me sentía bien; el ascenso lo hicimos por la ruta de la arista, Antuquito que encabezaba el grupo pregunto, ¿por la arista o por el camino? a lo cual yo respondí emocionado ¡por la arista Antuquito, para que sea más emocionante! Mi cámara y mi ojo iban capturando las primeras imágenes desde lo alto de la montaña, y mi dolor de cabeza aumento un poco, pero ya no me dolía solo eso, sino que mis pulmones también empezaron a dolerme.

El ascenso duro dos horas para mí, dos horas de problemas respiratorios y dolor de cabeza, las cuerdas no fueron necesarias. La verdad la montaña estaba cobijada con un manto blanco de nieve y de hielo que contrastaba mágicamente con el color rojo de la arena y de la roca.

Me sentía mal, pero por alguna razón ese paisaje me daba energía y ganas de seguir, sabía que no me iba a pasar nada, pero aun así trataba de mantenerme cerca de las personas de más confianza, en la montaña todos somos amigos y todos somos de una sola familia así que no es difícil confiar en los compañeros.

Llegamos a la canaleta, pude superarla con un poco de miedo por la roca suelta, pero basto subir esos 7 metros de montaña para que mi cuerpo llegara a su límite, las montañas son como nuestros abuelos siempre están cuidándonos, un curiquingue paso sobrevolando justo sobre nuestros cascos, y en ese momento escuche la voz de Frank el presidente del club Guallacatzo que con gran alegría decía ¡bienvenidos a la cumbre!

Ahí a 5100msnm me esperaban mis amigos, al primero que abrace fue a Antuquito, después a Lucas y a Nojita, seguidos de los demás compañeros del club, comimos en la cumbre yo estaba enamorado de la laguna turquesa que descansa a los pies del Iliniza sur, otra vez ese curiquingue paso volando o tal vez era otro, no lo sé.

Después de las fotografías con la bandera del Ecuador y del programa empezamos el descenso, esto fue más rápido, lo hicimos por el arenal, pero mi dolor de cabeza era más fuerte y mis pulmones sufrían con cada respiración, solo había un remedio para eso y era bajar, pero ese malestar impedía que mi caminar sea rápido así que descendí al último.

Sé que para muchos una historia como esta no resulta demasiado interesante y lo entiendo; no todos tenemos los mismos gustos, a mí me gustan las montañas, los paisajes, los animales, el viento, ese ruido “silencioso” que relaja mi mente y mi cuerpo, el frío, el cansancio, me gustan esas cosas, y al escribir esto, al recordar esta aventura siento la misma emoción que sentí cuando llegué a esa cumbre.

No encuentro otra forma de terminar este relato más apropiada que con un ¡HUYAYAY!.










 
 
 

Comentarios


© 2023 por NÓMADA EN EL CAMINO. Creado con Wix.com

bottom of page