EL LADRÓN DE TIOPULLO
- Pablo Tréboles
- 14 abr 2020
- 5 Min. de lectura
EL LADRÓN DE TIOPULLO
TEXTO: Pablo Tréboles
INFORMANTE: Antonio Morales (Antuquito)
En las montañas conocidas como las tres Marías; Un hombre rudo se escondía después de cometer sus fechorías, su nombre era Manuel, nadie sabe su apellido verdadero pero entre la gente y sus amantes lo llamaban Manuel Hulla, usaba un sombrero de color negro, una camisa que en algún momento debió ser blanca pero que por las peleas constantes y por las huidas que emprendía entre los chaquiñanes se había tornado plomiza y en algunas partes de color rojo oscuro, unos pantalones de tela también negros, un chaleco verde el cual cubría con un poncho rojo, botas de cuero negras con punta de metal, en su cinturón de cuero llevaba un puñal el cual usaba para defenderse de sus enemigos y para robar, además en el hombro llevaba un cabresto para amenazar a sus víctimas y para atar la mercancía obtenida, en su cuello un pañuelo negro de bandido para ocultar su rostro y montaba un caballo negro. O eso cuentan las autoridades, Manuel era conocido como “El ladrón de Tiopullo” odiado por pocos, perseguido por muchos y querido por el pueblo.
Hulla en Kichwa significa gallinazo ese apodo lo habría conseguido debido a su color de piel y a su gusto por el oscuro color, Manuel esperaba a los viajeros solitarios o a los que viajaban en grupos lo suficientemente pequeños para poder arrebatarles sus pertenencias, justo en lo que se conoce como el nudo de Tiopullo, después de asaltar a los viajeros Manuel montaba su caballo y huía a las montañas cercanas donde por entre los chaquiñanes se escondía junto con su botín, entonces los viajeros llegaban a los tambos o a los pueblos más concurridos para dar aviso que habían sido asaltados por un enmascarado furioso acompañado de un puñal, un cabresto y un caballo negro y que además había emprendido la huida en dirección a las tres Marías, las autoridades de la época emprendían la búsqueda por los cerros pero los chaquiñanes eran extensos y nunca daban con el gallinazo de Tiopullo.
La mayoría de los asaltos Manuel los hacía en la noche, pues la oscuridad de los andes eran su mejor aliada para cumplir sus misiones, además que durante el día los viajeros cruzaban por Tiopullo en grupos grandes y muy bien armados, Hulla no usaba armas de fuego solamente se defendía con su puñal y su cabresto y en algunas ocasiones a puño limpio. De ser Manuel un gallinazo de verdad hubiera sido el líder de la bandada de buitres, pues Manuel era un “macho alfa” mujeriego y sin miedo a la muerte.
Pero, rudo como era y a pesar de las fechorías y una que otra alma que le pesaban en la espalda, Hulla tenía un buen corazón, vivía pobre; a veces en cuevas de las montañas, otras en alguna choza abandonada en los cerros y otras en las casas de sus amantes aprovechando la ausencia de sus esposos, el botín de los robos los gastaba en tabaco, trago, mujeres, para los remiendos de sus ropas y de vez en cuando para renovarlas, pero una gran parte del botín lo repartía entre la gente pobre del valle cercano, esa acción de “Robin Hood” machacheño, le había otorgado el cariño del pueblo, y esa actitud ruda y de buen samaritano le había ayudado a conseguir los placeres de muchas mujeres adineradas que caían rendidas ante su figura autoritaria y varonil.
Hulla tenía un enemigo muy interesante y poderoso, el mismísimo presidente de la república era su principal perseguidor, pues este presidente también fue viajero y viendo a sus colegas en constante amenaza por un enmascarado decidió perseguirlo prometiendo no descansar hasta atraparlo y llevarlo al patíbulo. El patíbulo era un procedimiento común en el gobierno de este presidente por eso se había ganado el apodo de “El santo del patíbulo”. Hay que recordar también que a pesar de lo buena gente que podía ser Hulla, era un ladrón y un criminal de la nación, así que, como tal, era perseguido constantemente por las autoridades y su captura era prioridad.
Una noche cuatro viajeros se acercaban a Tiopullo a pie y con dos mulas que llevaban unos bultos, Hulla esperaba escondido debajo de un puente, como un gallinazo olfateando la carroña Manuel había olido cuatro presas fáciles, sabía que llevaban dinero y que en los bultos tal vez llevaban joyas y esperaba a que estén a su alcance para atacar, inmovilizar a uno dándole un golpe en la nuca, latiguear al otro con su cabresto para impedir que se moviera y con su puñal amenazaría a los otros dos obligándolos a que abrieran los bultos y les entregaran las joyas y demás cosas de valor y si se ponían altaneros pues su puñal se bañaría de sangre, un alma más un alma menos, luego montaría su caballo negro y escaparía en dirección a las tres Marias sus tres cerros protectores.
Justo cuando los viajeros pasaban por el puente, Manuel salió de su escondite, en silencio se acercó al último de la fila y con el mango del puñal lo golpeó en la nuca, el pobre viajero cayo desmayado, siguiendo su plan pego un rápido latigazo al tercero de la fila dejándolo arrodillado y sobándose la espalda, en la oscuridad de la noche se escuchó su fuerte voz –¡Quietos!- gritó y el filo de su puñal alumbrado por la luz de la luna dejo ver sus ojos furiosos, los otros dos viajeros se quedaron inmóviles y Hulla les ordeno que entregaran el dinero y las joyas, los dos viajeros asustados se acercaron a los bultos temblorosos por el grande y afilado puñal del ladrón, sacaron algo de uno de los bultos y de repente el estruendo de un arma de fuego se dejó escuchar sobre el puente, los viajeros en realidad eras guardias de la presidencia y no venían solos como Hulla pensaba, detrás de ellos había un pelotón entero de oficiales, Hulla había caído en una trampa y había recibido una bala en el hombro, el ladrón de Tiopullo había sido atrapado, Manuel el Gallinazo Hulla ahora estaba en manos del presidente de la república Gabriel García Moreno.
La noticia recorrió los pueblos cercanos, el ladrón estaba en prisión y con una herida en un hombro. Días después el presidente de la república dicto sentencia, Manuel Hulla fue condenado al patíbulo, fue atado a un poste frente a cuatro oficiales, el patíbulo era un sorteo de cuatro armas tres de ellas con balas de salva que hacía ruido y producía humo pero no daba muerte y una arma con una bala de verdad, de esa forma ninguno de los oficiales sabia cual había dado muerte al sentenciado.
Antes de la ejecución Hulla pidió decir unas últimas palabras –A las mamás y taitas les digo que cuiden bien de sus hijos, que cuando uno de sus guambras llegue a su casa con una gallina, un borrego, un ternero o cualquier cosa que no sea suyo, pregúnteles de quien es y hágales devolver, para que no terminen como yo. -
A las órdenes de: Preparen, apunten, fuego, Manuel Hulla cayó muerto con un agujero de bala justo en su corazón.
Tiempo después en la esquina de la iglesia de San Roque en Quito, una hermosa mujer adinerada amante de Hulla, había mandado construir un pequeño monumento en honor del LADRÓN DE TIOPULLO.

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