CRÓNICA DEL CAMINANTE; Violines, flautas, armonicas y tambores.
- Pablo Tréboles
- 1 abr 2020
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CRÓNICA DEL CAMINANTE; Violines, flautas, armonicas y tambores.
Por: Pablo Tréboles
Somos unos humildes viajantes, humildes caminantes que recorren los Andes, atentos siempre a los sonidos que nos trae el viento desde lejos, cuando subimos una montaña en cierto punto del trayecto siempre sentimos el latir de nuestros corazones, y esa sensación es tan fuerte, que incluso necesitamos parar para que nuestro ritmo cardiaco vuelva a su normalidad, el corazón es nuestro tambor vital.
Chiguac ha sido siempre un punto de encuentro para los montañeros de varias agrupaciones, tuve el gran gusto de conocer esta hostería y a su propietario hace algunos años, en compañía de mis grandes amigos; Patricio Castro y Darwin Jiménez, cuando conocí a Antuquito, como me estaba recién formando en esta vida de caminante andino, descubrí que el montañismo es más que solo un deporte, descubrí que detrás de las cumbres, existen culturas antiguas y actuales, que nos brindan una gran riqueza que para muchos desconocida.
Estábamos reunidos, Rosita, Antuquito y mi persona, la noche del viernes 3 de marzo del 2016 en la hostería Chiguac en la ciudad de Machachi, tomábamos café y conversábamos de historia, de las huacas, sobre las expediciones al Sangay y terminamos hablando del tesoro de los Incas en los Llanganates y del botánico Anastasio Guzmán, Antuquito nos invitó a escuchar su violín, nos sentamos en su sala y un huésped extranjero que se encontraba en la hostería también nos acompañó, Antuquito comenzó con su recital de violín, el sonido de ese instrumento siempre me va a impresionar, el violín es capaz de recordarme el suave arrullo que se siente cuando se descansa entre los pajonales y esa melancolía que a uno le invade cuando está lejos de casa.
En este párrafo debo pedir disculpas, pues no recuerdo el nombre de nuestro amigo extranjero, pero si recuerdo el dulce sonido de su flauta celta, pues nuestro acompañante tenía una flauta, y también nos deleitó con una melodía suave, el sonido de este instrumento me recordó a algo gracioso que siempre me pasa en la montaña, tengo un pircing en mi oreja izquierda, una expansión del lóbulo, y cuando el viento sopla y logra pasar por dicha expansión suelo escuchar un suave silbido, la primera vez que me paso, iba camino a Salitre y el sonido hizo que me detuviera para buscar a la persona que estaba silbando, en esa ocasión debieron pasar unos cinco minutos antes de darme cuenta que era mi oreja la silbaba.
Yo tenía mi armónica en mi mano, sin embargo, no me sentía listo para entonar mi instrumento, pues aún estoy aprendiendo, así que mejor ni lo intente.
Mi amiga Rosita había llevado su tambor y yo mismo le pedí que nos hiciera una demostración, me respondió que lo iba a sentir en la energía del momento, esta respuesta me encanto y como vimos que el violín había despertado paz y que la flauta nos había llenado de emoción, Rosita decidió enseñarnos su tambor, Pusimos una manta en el piso, unos cojines, apagamos las luces, encendimos unas velas y nos sentamos en el suelo, Rosita nos explicó que su tambor era de piel de búfalo y que ella misma lo había armado y tejido, entonces cerramos los ojos y empezó a sonar un vibrante retumbar, con una dulce melodía salida de la garganta de Rosita, repetía que nuestro cuerpo era tierra, nuestra sangre era agua, nuestro aliento era aire, y nuestro espíritu fuego, tenía mis ojos cerrados y sentí que el tambor pasaba detrás de mí y recordé los latidos fuertes que mi corazón da después de una larga cuesta, sentí como ese vibrar se transmitía a mis brazos y sentí como mi cuerpo se relajaba, cuando el sonido del tambor término, Rosita nos explicó que el tambor sana, que los sonidos sanan.
Fuimos a descansar. A la mañana siguiente despertamos temprano para ir al pico central del volcán Rumiñahui, Rosita en el camino me enseño un poco sobre taxonomía de un árbol que habita al borde de la ruta y cuando llegamos a la cumbre, Rosita volvió a entonar su tambor, llamándolo con mucho cariño “Tamborcito, Tamborcito”.
Y viendo a los otros dos picos del volcán a mi lado, al imponente Cotopaxi frente a mí, y con la grata compañía de mis amigos Rosita y Antuquito, entone mi armónica por primera vez en la cumbre centro del volcán.

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