CRÓNICA DEL CAMINANTE - Paso del Inca
- Pablo Tréboles
- 12 feb 2019
- 6 Min. de lectura
Por: Pablo Tréboles
Fotografia: Lucas Scott
El viento llevaba el retumbar de los apurados y agotados pasos del inca Rumiñahui que en su espalda transportaba un bulto grande y pesado, unos kilómetros más atrás se escuchaba el galopar de algunos caballos españoles que rastreaban al general inca, pues sabían que después de la muerte de Atahuallpa, Rumiñahui había escondido gran parte del oro y plata que se había ofrecido por la libertad del ultimo inca dios.
Como toda visita a los lugares escondidos y mágicos de las montañas, ésta comienza escuchando historias y el dulce sonido del violín de mi gran amigo y maestro Antonio Morales “Antuquito”. Ahí estábamos un grupo de siete caminantes andinos reunidos en Chiguac, que sitio tan mágico es este lugar, se respira montaña en cada rincón de la casa hostería de Antuco.
Mis amigos y yo habíamos planeado visitar el famoso paso del inca ubicado en la cara occidental del volcán Rumiñahui, yo había conocido este sitio hace 3 años en compañía de Antuquito y nunca más había logrado llegar a ese corte de montaña de 60m de alto que se encuentra oculto entre un bosque de polilepis y muchas veces cobijado por neblina, esperaba que después de esos 3 años sin pisar esos caminos aun lograra recordarlos y pudiera llegar al paso del inca.
Fuimos a dormir al ático de Chiguac a las 9 de la noche del día viernes 30 de marzo del 2018 “Viernes Santo” Mi grupo estaba conformado por: Daniel, Andrea, Sandrita, Hercson, Pancho, y mi tocayo Pablito Viteri, pero al día siguiente se nos uniría Erika que viajaba esa noche desde El Tena. La noche en el ático fue abrigada, despertamos a las 6am del día sábado 31 de marzo “Sábado de gloria” para alistarnos y desayunar antes de salir rumbo a la montaña, después de que Erika llego a unirse a nuestro grupo salimos en una camioneta hacia la hacienda "San Agustín", en esta ocasión Antuquito no nos acompañaría porque tenía un compromiso familiar.
La camioneta no pudo subir hasta donde habíamos planeado y nos dejó un poco más abajo, eso no importaba caminaríamos un poco más lo que significaba que disfrutaríamos de más tiempo de la vista y del frio del páramo, hicimos el calentamiento de siempre para evitar cualquier tipo de lesiones e iniciamos la caminata.
Recordaba al camino un tanto diferente, hace tres años que lo recorrí por primera vez y no tenía tanta cantidad de sembríos, ahora se veía casi todo el paisaje invadido por la actividad agrícola y un camino para carros había atravesado el páramo para la construcción de unas redes de transmisión, llegamos a una “Y” tomamos el camino de la derecha pues quería ir por el camino que yo recordaba, llegamos a una antigua plaza de toros que más bien parecía un antiguo corral descuidado y lleno de huecos por toda su superficie, este lugar lo recordaba a la perfección.
Pasando la plaza de toros entramos por fin al páramo, ese momento era como entrar a otra dimensión pues desde ahí todo cambiaba, la arista de Gallo cantana se ubicaba a nuestra derecha, el rió sonaba con fuerza a nuestra izquierda y cubierto de llovizna frente a nosotros se encontraba el hermoso Pico Beltrán y aun costado el bosque de polilepis que guardaba como un tesoro a nuestro objetivo, llegamos a la rinconada donde habíamos acampado con Antuquito en nuestro ascenso al Pico Beltrán, decidí que podíamos tomar un descanso pues lo que debíamos superar después era una fuerte cuesta de pajonal y era mejor enfrentarla con energías renovada, mientras comíamos y bebíamos algo, empezó a llover así que nos apresuramos y nos pusimos en marcha.
Superada la cuesta de pajonal llegamos a un pequeño bosque de chuquiraguas, desde ahí debíamos continuar pegados a la arista por el lado izquierdo, me adelante un poco para reconocer el lugar y encontré un camino que nos llevó a un árbol de polilepis viejo que parecía sacado de un cuento de hadas, nos acercamos, junto al árbol mis amigos se tomaron algunas fotos, se los veía muy emocionados por el lugar que estaban conociendo, eso me alegraba mucho pues uno de mis objetivos de vida es enseñar a las personas a conocer y a cuidar nuestros paisajes andinos.
Seguí un camino que se notaba era antiguo seguramente utilizado por cazadores que solían subir por esos lugares a buscar venados, entré al bosque, una capa de musgos y almohadillas soportaban nuestros pasos, entonces el olor de sunfo empezó a levantarse en el aire, sabía que estábamos cerca, una ventana se formó en la neblina y nos dejó ver al Pico Beltrán esa era la señal que necesitaba, salí del bosque acercándome a la ventana, mire a la derecha y descubrí a la roca que marca el sitio del paso del inca “lo encontré” pensé para mí, dije a mis amigos que estábamos por buen camino y continuamos en dirección a las rocas, me adelante un poco, seguro de que mis compañeros sabrían seguir mis pasos, me acerque al lugar donde sabía que estaba el paso del inca y volví a pensar “lo encontré” ahí estaba un corte de 60m de alto en la roca de la montaña y junto al corte estaban las escaleras al viento, regrese a buscar a mi grupo les avise que descendieran por la izquierda de la arista en la que se encontraban yo descendí por las escaleras junto con Erika, Andrea y Pablito, todos estaban impresionados con la formación rocosa de las escaleras, pues parecieran haber sido talladas en la montaña por algún gigante antiguo.
Estos lugares nos hacen soñar, las leyendas y las historias que se cuentan en las montañas están llenas de magia y aun que piensen que estoy loco yo sí creo en la magia después de todo el simple proceso de metamorfosis de un renacuajo a sapo o de una oruga a mariposa es magico, así mismo son estos lugares tallados por el viento y por el agua a ese proceso se le llama erosión y también se lo puede llamar poéticamente, magia.
Lleve a mis amigos hasta la entrada de la fisura que conocíamos como el paso del inca, llovía y la profunda grieta se encontraba húmeda, sin embargo no pude evitar querer descender a su interior y así lo hice indicando a mis amigos que me siguieran, colocando la espalda a un lado de la grieta y los pies al otro, aplicando la técnica de chimenea, así descendimos hasta el fondo, al final se encuentra una enorme quebrada que va directo a Tiliche, mis amigos hicieron fotografías en el interior de la grieta y ya sin aguantar el frió y la humedad además de la sensación de encierro decidimos salir.
Afuera descubrimos que había salido el sol, más arriba del paso del inca se encuentra el paso de los venados y con el sol ya abrigando un poco a la helada roca del Rumiñahui podíamos ver como la humedad empezaba evaporarse, la roca que se encontraba en lo alto estaba empapada y por el sol y por el proceso de evaporación tomaba un brillo plateado que nos tentaba a seguir hacia arriba.
Solo Andrea y Erika se quedaron, los demás ascendimos por un pequeño pero empinado arenal hasta la base de una pared de roca desde ese punto continuamos a la derecha rodeando una arista, al salir descubrimos una vista impresionante de Tiliche estábamos a gran altura, pero los picos Norte, Central y Sur del volcán estaban completamente cubiertos por neblina y no los pudimos ver.
Regresamos a buscar a Andrea y Erika y entre lluvia iniciamos el descenso, dejando atrás a las escaleras del viento, el paso del inca y al Pico Beltrán, pero teniendo frente a nosotros una nueva historia para contar.
Rumiñahui encontró en medio del páramo un corte en la roca que formaba una grieta de 60m de alto y sabiendo que los españoles estaban cerca, entro en ese corte, escapo hacia el bosque de Tiliche, logro burlar a los españoles quienes luego de un tiempo escucharon decir que se había visto al general inca entrar a los cerros Tioniza y Catsuncumbi cargando un bulto en la espalda, los españoles se dirigieron a los cerros y encontraron a Rumiñahui descendiendo, lo capturaron y asesinaron pero nunca dijo lo que llevaba en la espalda ni donde escondió aquel bulto.

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