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CRÓNICA DEL CAMINANTE – KILLA MUCHANA

  • Foto del escritor: Pablo Tréboles
    Pablo Tréboles
  • 8 jun 2019
  • 5 Min. de lectura

CRÓNICA DEL CAMINANTE – KILLA MUCHANA


Por: Pablo Tréboles


La madrugada había llegado, no necesitábamos linternas pues la luna brillaba en el cielo todavía nocturno alumbrándonos el camino que debíamos recorrer, junto a ella se encontraba el planeta rojo también brillando, una nueva época del año comenzaba, por fin llegaba el verano después de esperarlo tanto, eran las 4 y 30 del 3 de junio del 2018 habíamos planeado un ascenso al Corazón para comenzar la época de sol, en el grupo de caminantes de los Andes estábamos, Antuquito, Gabriela Valenzuela, Evelyn Arellano, Andrea Lema, Daniel Heras, Daniel Moposita, Vanesa y mi persona, yo había decidido ir por la ruta más larga de esta montaña de la cordillera occidental, la ruta de Aloasí y junto a mi amigo Antuquito recordábamos que no habíamos caminado por ahí hace mucho tiempo.


El cerro Corazón es muy importante para mí, pues ahí fue en donde decidí ser montañero, donde entendí mi amor por las altura como dije en una crónica anterior y para ser sincero nunca me cansare de esta montaña pues siempre me muestra algo diferente, en alguna ocasión me encontré con un cóndor volando sobre la arista sur apenas a 5 metros de mí, en otra ocasión tuvimos una fuerte tormenta eléctrica acompañada de una nevada que pinto a la montaña y al páramo de blanco, en la cumbre del Corazón iniciaron todas mis aventuras y en esa misma cumbre bese a la chica que sería mi más grande amor hasta el momento Mabel Lugo, cuantas cosas me ha regalado la mama Huallancatso, pero ese 3 de junio sería muy especial pues estábamos sin saberlo apunto de descubrir y ver con nuestros propios ojos el por qué es una montaña sagrada.

Luego de pedir permiso a la montaña con la oración que dirigió Antuquito, justamente en el mismo sembradío de papas donde escuche esa oración por primera vez y luego de gritar un ¡HUYAYAY! iniciamos la caminata, estando el amanecer a punto de ocurrir la Luna se dirigía hacia el occidente, poco a poco se iría escondiendo escoltada siempre del planeta Marte (¿a esa hora algún montañero marciano también estaría ascendiendo a una montaña del planeta rojo?) Nosotros sí, aunque la noche anterior no habíamos dormido nada, yo en especial apenas había logrado dormir una hora, pero recordando el lema de “Dormir poco, comer poco, y caminar mucho” no habría poder alguno que impidiera que ese día fuera a la montaña, así que caminábamos muy emocionados escuchando las historias y explicaciones culturales de Antuquito y poco a poco veíamos como el radiante sol de verano salía por el Oriente.


Ya a las 6 de la mañana el sol brillaba justo sobre la cumbre del Pasochoa y nos lanzaba rayos dorados como para decirnos, “por ahí sigan guambras, por ahí sigan que más allá les tengo preparado alguito” pues así siguiendo los rayos del sol caminábamos contentos y al adentrarnos a un potrero descubrimos lo que el sol quería mostrarnos, los rayos del astro rey habían llegado justo en ese momento a ese potrero pintándolo de dorado y se mantenían ahí dibujando en el aire unas líneas rectas también doradas que trazaban lo que Antuquito nos explicó se llamaban ceques, esa era la forma en que nuestros antepasados habían logrado entender el movimiento del sol, del planeta y de los demás astros, estábamos viendo lo que ellos vieron hace muchos años y estábamos en la época del año en que el sol alumbra con más intensidad los páramos del Corazón.

Decidimos entonces acelerar la marcha y tomamos un atajo conocido por Antuquito y por mí, mismo atajo que nos llevó a la última parte del camino en Sig Sag que queríamos evitar, desde ese punto prácticamente estábamos a un paso de la base de la montaña, caminamos un poco más y nos reagrupamos Evelyn nos hizo una foto grupal y ella y Daniel Moposita decidieron quedarse y no seguir subiendo pues ellos se habían unido a nuestro ascenso después de haber subido al Cotopaxi el día anterior y se encontraban muy cansados, los dejamos al resguardo del páramo y solo 6 personas continuamos el ascenso.


Las nubes cubrían con un velo blanco al cerro rocoso pero el viento las ahuyentaba dejándonos ver como la luna se posicionaba en la parte más alta del cielo diurno, pero algo realmente hermoso estaba ocurriendo Mama Killa poco a poco iba descendiendo al occidente y por la época del año la Luna trazaba en el cielo una ruta completamente nueva para mis ojos, pues de a poquito iba descendiendo posándose como dando un beso o un abrazo lunar al cerro al que nos dirigíamos, descendió muy despacio la seguimos con la mirada, toco el borde de Mama Huallancatso y se escondió detrás de la arista norte, eso nos dejó emocionados, maravillados, el romanticismo típico del ecuatoriano salió a flote en cada uno de nosotros y simplemente pensamos “que rica mucha” Antuquito no solo lo pensó sino que lo dijo “Killa muchana – luna que besa” pues esa era la ternura de las montañas de la que intento hablar siempre, esos momentos en que el cielo y la tierra se juntan nos hacen dar cuenta de lo pequeños que somos y nos hacen sentir al espíritu de la montaña, de los APUS, seguramente eso mismo vieron los antiguos y por eso mismo consideraron a este cerro sagrado para su cultura y ahora nosotros simplemente no podemos ver a esta montaña como un montón de tierra y roca sino que también la vemos como una montaña sagrada, por eso le pedimos permiso, le hablamos, la cuidamos y le pedimos que así como deja entrar también nos permita salir.


Continuamos con el ascenso ya con la cumbre en las manos, pues la cumbre nunca es la parte más alta de la montaña, la cumbre son las experiencias y sensaciones que vives en esas travesías y ver a la luna besar a la montaña para mí ya era una cumbre.

Llegamos al arenal, nos pusimos cascos e impermeables y continuamos hacia la cumbre, Antuquito se adelantó con Dani y Vanesa, yo me quede atrás con Andrea y Gaby, escalamos algunos tramos, caminamos por la arista en otros hasta que por fin llegamos al paso de la biblioteca, a unos cuantos metros después de ese paso se encuentra la cumbre, se llama la biblioteca porque parece una estantería con muchos libros algunos ordenados y otros caídos, es uno de los pasos más bonitos que he visto y me encanta ese lugar, Gaby se asustó por que debíamos escalar y decidió quedarse a esperarnos, le pedí entonces que no se moviera de ese lugar hasta que nosotros regresáramos, me asegure de dejarla en un lugar seguro y continué subiendo con Andrea, pasamos la biblioteca, tomamos otra vez la arista y a lo lejos y entre la neblina vimos a Antuquito, Vanesa y Dani, esperándonos sentados frente a la chakana que adorna la cumbre de este cerro, nos abrazamos, di las gracias a la montaña, recogí una pequeña piedra de la cumbre la guarde en mi bolsillo e iniciamos el descenso, la piedra era para Gaby, pues es alguien quien admiro y quiero mucho y sabía que si no subió fue porque la montaña quería enseñarle algo, cuando encontramos a Gaby en la parte baja de la biblioteca le entregue la piedra, le di un abrazo y le felicite, además de prometer que en 15 días regresaríamos al cerro por otra ruta, no con la ambición de la cumbre, sino con el afán de que se conociera a ella misma.


 
 
 

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