CRÓNICA DEL CAMINANTE- ISHUWA BEESA
- Pablo Tréboles
- 9 jun 2019
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CRÓNICA DEL CAMINANTE- ISHUWA BEESA
Por: Pablo Tréboles
Viajaba en compañía de grandes amigos, de esos amigos que haces durante el camino, estábamos viajando a la última salida de campo del curso básico de montaña de EL SADDAY, esta salida se realizaría en los páramos del Antisana, era la primera vez que estaría tan cerca de ese gigantesco Apu.
Después de entregar las hojas de descargo en la guardianía de la reserva ecológica, nos dirigimos al campamento, nuestro lugar de descanso se encontraba al fondo del páramo, cerca de los pies del nevado, íbamos en carros así que el peso de nuestras mochilas no nos era preocupante, sin embargo nos encontramos con el problema de que los carros lograrían llegar hasta una vieja mina, en donde todos descendimos de los vehículos, solo uno de los carros continuaría hasta área de campamento. Parte del ejercicio era aplicar técnicas de marcha, las dignidades: Jefe de salida, Guia, abridor, jefe de campamento, enlaces, escoba, cronista, y jefe de letrina habían sido elegidos previamente, yo realizaría el trabajo de escoba, quería disfruta al máximo, así que tome esa dignidad para caminar a mi ritmo y tomar fotografías de todo.
Nuestras mochilas enormes subieron hasta el área de campamento en uno de los carros, nosotros debíamos seguir a pie. El guía de la salida era Emmanuel un compañero Mexicano de gran carisma y solidaridad, su trabajo consistía en encontrar un camino alejado del marcado para llevarnos al campamento, y así lo hizo, llevo a todo el grupo hasta el campamento de manera segura, como yo era escoba debía controlar que nadie se quedara atrás así que iba despacio esperando a los rezagados.
Después de levantar nuestras carpas y almorzar algo junto a mi compañera de carpa Xiomara, los instructores dieron la indicación de que debíamos continuar con el resto del ejercicio, esta vez aplicaríamos técnicas de marcha, orientación natural y artificial, técnicas de rescate y vivac. el Antisana se encontraba apenas cubierto por una nube y de vez en cuando sacaba su cumbre sur como para observar de reojo a unos extraños caminantes que tomaban referencias con brújulas, así nos metíamos en la naturaleza, con brújula en mano tomando puntos de referencia, escogiendo caminos de animales y colocando hitos para ubicarnos a la hora de regreso, camine un gran tramo en compañía de nuestra Instructora Mary, conversábamos de zonas arqueológicas y de lo importante que es conocer nuestra historia y cultura, pude notar que Mary es una niña, maravillándose de las cosas pequeñas, una simple piedra le parecía hermosa, una flor, una nube, una planta, el extraño brillo de una planicie de piedras en el horizonte.
En algunas praderas del páramo veíamos saltar a asustadizos conejos que escapaban al sentir nuestra presencia, desde luego nuestras intenciones no eran cazarlos o molestarlos, uno tiene que explorar, conocer lugares que están fuera de la vista de los demás para entender lo importante que es la protección de nuestra madre tierra, tristemente el concepto de protección aún no se ha transmitido a todos los rincones humanos, seguíamos un camino marcado por animales, conejos, lobos, pumas, venados, tal vez dantas, tal vez osos, de seguro ganado bravo y caballos y en el trayecto encontramos un perdigón de escopeta, algún ser humano había entrado antes a ese lugar con la intención de cazar algún animal, tal vez para comida, tal vez para trofeo.
En medio del camino nos encontramos con el cadáver de un becerro, solo los huesos y un poco de cuero quedaban del animal, pude distinguir que las vértebras del cuello estaban destrozadas, efectivamente en ese lugar existían pumas.
Llegamos a un pequeño bosque de chuquiraguas, desde ese punto se observaba una gran planicie y una misteriosa laguna desde donde se levantaba el intrigante Antisanilla, cerro pequeño, rocoso, tan llamativo, tan lejano y hermoso. Nuestros instructores nos dijeron que ahí haríamos la práctica de rescate, Daniel uno de nuestros instructores que también pertenece a la cruz roja nos enseñó técnicas para transportar a un compañero herido, nos dio indicaciones para casos extremos y recalco que lo más importante es conservar la calma, Daniel es un ser de luz, lo conocí hace tiempo en el Rucu Pichincha es uno de los pocos que viven día a día el “servir es ascender”.
Después de sus instrucciones y de aplicarlas en una escena simulada, pasamos a los siguientes ejercicios, el sol empezaba a ocultarse y grandes montañas aparecían en el horizonte, un muy afilado Quilindaña, Chimborazo, Sincholahua, Cotopaxi, Pasochoa todos brillaban en el atardecer, el cielo se pintaba de fuego a lo lejos. Era el turno del ejercicio de vivac.
Colocamos dos telas impermeables ancladas al suelo con ayuda de bastones de caminata y estacas, estas telas servirían como pared y techo de nuestro refugio improvisado, como piso teníamos un plástico negro, para cubrirnos del viento utilizamos nuestras mochilas, y para protegernos del frió una manta térmica, Fabricio, Mary y Daniel observaban nuestro comportamiento, nuestras formas de organizarnos y de liderar, Mary y Daniel preguntaron -¿creen que con eso podrían pasar una noche?- respondimos que sí, bromearon diciendo que se irían y que nos esperarían en el campamento el domingo por la mañana, nos reímos, nosotros continuábamos dentro de nuestro improvisado refugio observando un paisaje extraordinario, entonces note un extraño silencio, saque mi cabeza por un lado del techo y vi que nuestros instructores ya no estaban, ¿bromearon?.
Conversamos entre todos y decidimos que regresaríamos esa misma noche al campamento, primero comeríamos algo para ganar energía y después empezaríamos la marcha, nos organizamos de manera correcta, entonces vimos a tres linternas acercarse a nosotros, eran nuestros instructores, nos contaron que se habían alejado para ver como reaccionábamos y que lo habíamos hecho muy bien, para ser sincero, yo de verdad pensé que se habían marchado y ya estaba trabajando mentalmente para recordar mis puntos de referencia con sus respectivos grados de dirección en la brújula.
Emmanuel dio instrucciones para el retorno, todos debíamos seguir juntos, y yo seguía siendo escoba debía ver que nadie se quedara, éramos 12 personas y todos debíamos volver con bien, el cielo nocturno estaba despejado un gran manto de estrellas se extendía en el firmamento, una, dos, tres estrellas fugaces atravesaron el cielo y unas extrañas luces se encendían y se apagaban en medio del páramo, mientras caminábamos contaba alguna leyenda e historias vividas en las montañas. (Ya se habrán dado cuenta que me gusta mucho contar historias).
Nos dimos cuenta que estábamos desorientados, nos habíamos separado de la ruta que tomamos y nuestros puntos de referencia ni los habíamos visto, Fabricio y Emmanuel se adelantaron para buscar un camino y Mary nos enseñó claves de auxilio internacionales para montaña, estas claves o códigos de luces además de códigos con el silbato las utilizamos en dos ocasiones, primero los códigos de luces en forma de práctica.
Llegamos a la parte baja de una arista de roca suelta, Fabricio y Emmanuel se volvieron a adelantar y Mary nos hizo utilizar los códigos del silbato también en forma de práctica y para ver si obteníamos alguna respuesta, pues estábamos conscientes de que nos encontrábamos en una ruta equivocada y tal vez lejos del campamento, en el campamento se encontraban otros tres amigos que había viajado con nosotros pero su objetivo era ascender a la cumbre de la montaña y esperábamos que ellos respondieran a nuestros códigos de ayuda, luego de soplar el silbato seis veces durante un minuto, guardamos silencio para esperar alguna respuesta.
En el fondo de la base de la arista vimos dos ojos salvajes que brillaban y que subían hasta nuestro encuentro, era un enorme y solitario lobo andino más grande que cualquier otro lobo que haya visto en mi vida, el majestuoso animal solo nos observó y continuo su camino hacia quien sabe dónde, estábamos en su hogar, nosotros éramos los visitantes, intrusos simplemente, el lobo entiende eso y sabe que en muchos aspectos es mejor que nosotros.
El lobo se marchó, le dije a Mary que me acercaría a la arista para también leer algún camino, cuando llegue a la arista encontré a Fabricio y a Emmanuel buscando el mismo camino, y al fondo de esa fría oscuridad apenas iluminada por estrellas se veía otra linterna, era nuestro amigo Walter (Papá oso) que había escuchado nuestro código de silbatos y había salido de su carpa para intentar encontrarnos a lo lejos.
Encontré un camino y enseguida llegué con el grupo al campamento dimos las gracias a Walter y todos fuimos a dormir, Walter, Abigail, y Esteban ascenderían a las 12 de la noche a la cumbre del volcán. Nosotros despertaríamos a las 4 de la mañana para un nuevo día emociones.
La noche fue fría, los silbidos de Huaira golpeaban con fuerza nuestras carpas, a las 4 de la mañana todos despertamos alistamos nuestras mochilas y a las 5 y 30 comenzamos el calentamiento correspondiente, junto con el saludo al sol dirigido por Xiomara, quien nos hizo transformar mentalmente en pumas, serpientes, y cóndores. Iniciamos la marcha ascendimos en fila india por una hermosa ladera de gigantescas piedras, el sol poco a poco se levantaba en el cielo, nuestro objetivo del segundo día de campamento era llegar al glaciar del Antisana.
Atravesamos la primera ladera, llegamos a una extensa arista, el viento nos golpeaba con fuertes bramidos y pequeñas piedras que se clavaban como pequeñas agujas en nuestros rostros, continuamos por aquella arista, encontramos varios sensores de cambio climático, el Antisana es uno de los principales puntos de monitoreo para el análisis del cambio que está sufriendo nuestro planeta, no es un secreto que los glaciares del mundo han ido retrocediendo y los glaciares del ecuador no han sido la excepción, encontré una pequeña laguna a los pies del Antisana, una laguna formada por el deshielo, la misma laguna que más abajo se transformaba en un rio, luego en una laguna LA MICA de donde se distribuye agua para el valle de los chillos y parte del sur de Quito.
El viento nos empujaba, a mí me hizo caer un par de veces, había que avanzar con cuidado en los momento de calma, poco a poco la enorme montaña nevada se convertía en una muralla que nos protegía del viento, encontramos un montículo de piedras con una placa de aluminio, que el “club de andinismo Cayambe” había colocado en memoria de unos camaradas montañeros mu
ertos en el Antisana, este tipo de escenarios me parecen muy tristes, en la montaña he conocido a grandes amigos y me aterra el pensar que todos los fines de semana ponemos en riesgo nuestras vidas ascendiendo a las hermosas montañas o explorando lugares escondidos en la mitad de la nada, esto me hace preguntar ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué vamos a la montaña? Algunos lo hacen por capricho y egocentrismo, en lo personal aun no entiendo por qué lo hago, cuando subí por primera vez al Corazón hace 7 años sentí algo especial, solo puedo describir esa sensación como “hormigas en las mejillas” sin embargo, mi vida no sería vida sin las montañas, sin mi amor a las alturas.
Acaricie el montículo de piedras como para saludar a los compañeros caídos y continúe, la montaña estaba frente a nosotros, el glaciar se extendía hacia abajo formando una rampa de hielo y tierra congelada, pedí permiso a Fabricio nuestro instructor para poder acercarnos hasta unas enormes murallas de hielo, me dijo que tuviera cuidado y pidió a los demás compañeros que me siguieran, en el camino por el glaciar encontré una delgada grieta, la atravesamos y nos acercamos a las murallas, enormes paredes de hielo se levantaban hacia el cielo, eran de color blanco y celeste era literalmente un castillo de hielo como salido de las mente de escritores como Tolkien o de C S Lewis, de verdad era un escenario digno del Señor de los Anillos o de las Crónicas de Narnia.
Descendimos del glaciar, abajo nos esperaban Fabricio y Mary, cuando descendimos encontramos a Fabricio que había calzado crampones, con la ayuda de Daniel nos dio una pequeña demostración de cómo encordarse para ascender a un nevado, ese es el sueño de todo montañero. Luego de la demostración saco de su mochila una caracola a la que hacía sonar como trompeta, nos hizo formar y nos contó que nos haría un bautizo andino, “respeto a nuestros ancestros y maestros” pedí a Fabricio que me permitiera compartir con ellos mi oración de montaña, y empecé -“Oh gran hacedor del universo”- al finalizar todos gritamos un ¡Huyayay! para la montaña blanca que estaba frente a nosotros.
Fabricio nos explicó que había escogido un nombre para cada uno en idioma Tzafiki y Kichwa para los ecuatorianos y en Nahuatl para Emmanuel quien es Mexicano, tomando en cuenta un elemento de la montaña que habíamos escogido en la última clase teórica, uno a uno íbamos pasando Fabricio nos daba nuestros nuevos nombres y Daniel nos colocaba nieve en la cabeza:
Paula: Pajchaka, Inti Sinchi,
Lorena: Huarmi Chuquirawa
Emmanuel: Tepetlakayotl
Hercson: Aachama Danda, Achik killa
Francisco: Kari Chuqurawa
Pablo (YO): Ishuwa Beesa, Huaira
Sandra: Samay Pani
Xiomara: Ishuwa, Wayra Takik
Daniel: Yaku
Ishuwa Beesa en Tzfiki, Huaira en Kichwa, que significan viento, ese es mi nombre, porque el viento va por los caminos recolectando historias, que luego canta para pocos mortales que logran entenderlas. ISHUWA BEESA ese es mi nombre.

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