Crónica del caminante – El tesoro escondido de Sarapullo.
- Pablo Tréboles
- 10 jul 2019
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Crónica del caminante – El tesoro escondido de Sarapullo.
Por: Pablo Tréboles
“Brazos llevaron al mal.
Ojos al llanto.
Hombres al soplo de sus foetes.
Mejillas a lo duro de sus botas.
Corazón que estrujaron, pisando ante mitayo,
Cuerpos de mamás, mujeres, hijas.
Sólo nosotros hemos sufrido
El mundo horrible de sus corazones.”
“BOLETIN Y ELEGIA DE LAS MITAS” (César Dávila Andrade)
Nos habíamos reunido un equipo de especialistas para el inicio de una investigación turística en el poblado de Sarapullo alto, en la parroquia de Tandapi. En Sarapullo se encuentra una antigua mina de plata de la época de las mitas, esta mina se encuentra ubicada a la mitad de un extenso bosque húmedo occidental, el poblado de Sarapullo consta apenas de 70 habitantes, a duras penas han logrado llevar líneas telefónicas y luz eléctrica, por un camino de condiciones precarias, es un poblado prácticamente olvidado por los gobiernos.
¿Cuántas almas serían sacrificadas en esta vieja mina? y ¿cuántas almas ahora están olvidadas por el tiempo? Mitayos eran llamados los indígenas antepasados nuestros que trabajaban para el azote del foete de los viracochas que habían llegado a estas tierras para apoderarse de ellas y llamarse señores de las vidas de nuestra gente.
Al llegar a Sarapullo encontramos a un señor muy amable de apellido Reyes, que se ofreció a llevarnos al punto exacto en donde se ubicaban las antiguas piedras y construcciones del sistema del lavado mineral de la vieja mina, al llegar al punto, tome las coordenadas junto a una piedra tallada en forma redonda y con un agujero en el medio, era una parte del antiguo sistema que buscábamos, un poco más abajo ubicamos la línea del canal de desvase de agua que utilizaban los “indios” para el lavado del valioso metal, la mitad de otra piedra circular al pie del canal nos mostraba que el complejo minero se extendía por lo menos unos 300m cerca al rio Sarapullo.
Mi trabajo consistía en identificar la flora que rodeaba al lugar, encontré varias familias taxonómicas importantes, pero siendo sincero no podía dejar de pensar que estaba pisando el mismo suelo y viendo el mismo paisaje que millones de indios vieron hace cientos de años, la diferencia siendo también yo indio, era que mis ojos no derramaban lágrimas ni mi espalda estaba empapada de sangre y marcada con cicatrices por los azotes del verdugo.
Encontramos al final del canal una placa de piedra también redonda con un agujero que dejaba ver una bóveda debajo del suelo, junto a esta plancha redondeada de piedra se encontraba una especie de tina en donde las manos de hombres, mujeres, ancianos y niños debieron de tocar la plata y la tierra que extraían del vientre de la montaña ante la mirada vigilante de algún hombre fornido con un látigo en la mano y con apellido español.
Bajamos un poco más y encontramos la entrada a la bóveda, unas cuantas piedras del suelo habían sido levantadas al igual que unas del fondo, pues aún en nuestros tiempos existen buscadores y saqueadores de tesoros (huaqueros) que buscan oro y plata, los que habían removido estas piedras no habían encontrado nada pues las grandes vetas de plata se encuentran al subir un extenso bosque húmedo y hay que entrar tanto a la montaña que el oxígeno se agota o por lo menos eso nos supo contar Don Reyes.
Al fondo de la bóveda dormían pequeños murciélagos que logramos ver y sin querer espantar con la luz de la linterna, salimos y al otro lado entre unas matas de mora se escondía un pozo de agua y otro canal que en sus tiempos debió alimentarlo de otro pozo que se encontraba unos cuantos metros más arriba, seguramente servían para dar de beber a los caballos de los viracochas conquistadores pues los obreros los indios como les llamaban, no tenían derecho ni a pan ni a agua.
No sabemos si el proyecto turístico de frutos y si las condiciones en que viven los Sarapulleños mejoren, pues al igual que en la época de las mitas a las autoridades y a los gobiernos no les interesa el bienestar de sus pueblos, sin embargo, nuestra intención como montañeros, científicos y sobre todo ecuatorianos, no era otra más que conocer y entender un poco más nuestra historia.
“Minero fui, por dos años, ocho meses.
Nada de comer. Nada de amar. Nunca vida.
La bocamina fue mi cielo y mi tumba.
Yo, que usé el oro sólo para las fiestas de mi Emperador,
Supe padecer con su luz
Por la codicia y la crueldad de otros.
Dormimos miles de mitayos
A pura mosca, látigo, fiebres, en galpones,
Custodiados con un amo que sólo daba muerte.”
“BOLETIN Y ELEGIA DE LAS MITAS” (César Dávila Andrade)
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