CRÓNICA DEL CAMINANTE – El Sincholahua y el Pico Erica Elliot
- Pablo Tréboles
- 27 jun 2019
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CRÓNICA DEL CAMINANTE – El Sincholahua y el Pico Erica Elliot
Por: Pablo Tréboles
1 de diciembre 2013
Me encontraba subiendo al cerro Ilaló, llegando a la cruz sonó mi celular, era mi amigo Darwin Jiménez, Darwin solo llamaba de manera inesperada cuando se le cruzaba alguna idea loca por la cabeza, -Pablin, vamos al Sincholahua, salimos hoy a la una de la tarde- dijo, mire mi reloj eran las 9am, acepte el reto de la montaña rocosa que se levanta en la cordillera oriental, di media vuelta y descendí del Ilaló corriendo, debía llegar a casa, alistar el equipo necesario, avisar a mi madre que estaría en la montaña dos días y una noche, buscar lo que hubiese para comer y salir al encuentro de una nueva aventura.
Siempre he confiado en Darwin, sabía que el Sincholahua era una montaña un poco técnica, pero con la seguridad de mi amigo y nuestra gran amistad sería posible subirla, nos encontramos en el Trébol, ambos con grandes mochilas pesadas, teníamos todo el equipo necesario, lo único que nos faltaba era una cuerda, pero seguros de nosotros mismos decidimos embarcarnos en el primer bus que iba a Machachi.
Una vez en la tierra de los chagras tomamos otro bus hasta el barrio El Pedregal, en donde “Jalamos dedo” a un camión de ganado, el conductor nos dijo que iba a ver ganado bravo cerca de Salitre y pasamos el control norte del Parque Nacional Cotopaxi, sin registrarnos pues el guarda parque pensó que éramos ayudante del señor del camión, nuestro amigo muy amablemente nos regaló unos panes calientes que había acabado de comprar y nos dejó cerca de la antigua guardianía del agua potable.
Llegamos al sitio en donde íbamos a acampar acompañados de una pequeña llovizna que paso tan pronto como llegamos, este lugar ya lo conocíamos, una pequeña casa abandonada, con restos de un techo de paja, ubicada cerca del río, armamos la carpa dentro de la casa, pero preocupados de que fuéramos atacados por lluvia decidimos dar un pequeño mantenimiento a esta antigua locación, colocamos paja en el techo, y una lata vieja en la pared, con eso estábamos más que protegidos, merendamos unos sandwiches de atún con cola, y salimos un momento para leer un poco la ruta que seguiríamos y nos encontramos con fuego en las nubes que se extendían al occidente, un atardecer de color rojo con amarillo, augurio de una noche despejada en la montaña, fuimos a dormir a las 7 de la noche, el plan era salir a la 1 de la mañana del campamento en dirección a la montaña, no logre dormir casi nada, porque Darwin tenía la extraña costumbre de dormir escuchando canciones de Ricardo Arjona, y por qué alrededor de nuestra carpa caminaban grandes raposas que seguramente se escondían debajo de las tablas del piso de la vieja casa.
Me sentía emocionado y preocupado por el desconocimiento de los retos que la montaña nos pondría en el ascenso, a las 12:00 de la noche despertamos desarmamos el campamento y escondimos carpa y bolsas de dormir en una roca cerca al puente, cargamos las mochilas, y antes de comenzar hicimos la oración de montaña que habíamos aprendido en el Club de andinismo del colegio Montufar. ¡Oh gran hacedor del universo!... y terminamos con un ¡Huyayay!
Iniciamos la marcha a la una en punto, atravesamos el puente y caminamos un gran tramo acompañados del susurro del agua, ni Darwin ni yo conocíamos la ruta, así que nos movíamos por instinto poniendo al Cotopaxi a nuestra derecha y luego a nuestras espaldas, la noche era una gran manta de color azul oscuro, una luna llena brillaba hermosa en un cielo repleto de estrellas, mientras caminábamos algunos murciélagos revoloteaban asustados por el brillo de nuestras linternas frontales, de vez en cuando escondidos entre los pajonales se veían los ojos brillantes de un lobo andino que tal vez se sentía curioso por los caminantes nocturnos, en el cielo que como he dicho se encontraba lleno de estrellas, también cruzaban unas cuantas estrellas fugaces que nos dejaban sorprendidos, esa misma noche nuestro amigo Sebastián Rodríguez (Chili) subía al Cotopaxi, en un momento nos detuvimos y vimos al hermoso volcán nevado que nos mostraba un camino de luces de linternas frontales de andinistas que subían a esa hora, ¿Cuál de todas esas luces sería nuestro buen amigo Chili?.
A las 5 de la mañana llegamos a una arista rocosa que imaginamos que sería la que debíamos seguir hacia la cumbre pero no veíamos nada y por miedo de tropezar en las rocas decidimos descansar ahí hasta que la visibilidad fuera mejor y pudiéramos ver el camino, a las 5 y 30 de la mañana los primeros rayos de sol empezaron a atravesar la montaña pintando de dorado la ruta que debíamos seguir, nos levantamos y retomamos el ascenso entrando en una canaleta de piedra floja y con una lengua de hielo, debíamos evitar pisar ese hielo, pues sin crampones nos resbalabamos fácilmente, así que avanzamos apoyados a la pared izquierda hasta salir a la arista, desde ese punto mirando hacia el occidente encontrábamos alzadas y elegantes a las montañas de la cordillera occidental, junto con la oscura sombra del Sincholagua que se extendía en el páramo, eran las 6 de la mañana y a esa hora nuestro amigo Chili ya estaría en la cumbre del Cotopaxi, volcán al que veíamos levantarse del páramo a nuestra derecha, el cielo de la mañana estaba completamente despejado y la vista era única, el Antisana parecía ser un dibujo a lápiz en el cielo, la emoción me invadía mientras caminaba, pero debía concentrarme para evitar pisar o tocar alguna piedra floja de ese viejo gigante de roca.
Llegamos a la arista que parecía una cuchilla y nos encontramos con la visión de un nuevo reto, una travesía de roca se extendía frente a nosotros, debajo de esta travesía una caída de aproximadamente unos 300 metros de altura hasta llegar a una rampa de piedras, un resbalón y ahí hubieran terminado nuestros andares por los Andes, la cumbre estaba un poco más allá de esa travesía, desde donde estábamos podíamos verla como llamándonos y retándonos a enfrentarla, decidimos encordarnos, pero como no teníamos cuerda utilizamos unos cordinos que unimos con un nudo pescador y enfrentamos poco a poco a la travesía, el primero en pasar fue Darwin, quien al avanzar me decía en donde se encontraban las piedras flojas y que tuviera cuidado cuando fuera mi turno de seguir, cuando Darwin pasó me dijo que esperara su señal que se iba a anclar a una roca para asegurarme lo más que pudiera.
Llego mi turno y empecé a avanzar por ese corredor de piedras blancas, flojas y heladas, me sentía inseguro con los guantes de lana que llevaba puesto así que me los quite para sentir mejor a las rocas, en un momento cuando intentaba avanzar por la peligrosa travesía sin querer toque una de esas rocas flojas, provocando un efecto domino moviendo toda la pared, observe impactado como las rocas se movían hacia delante amenazando con empujarme al vacío, apegue mi cuerpo contra ellas, intentando sostenerlas lo que lógicamente iba a ser imposible, si caían, tanto Drawin como yo seriamos arrastrados hacia la muerte, -¡TENSIÓN!- Grite, sin escuchar ninguna respuesta de mi amigo, solo sentí que el cordino asegurado de mi arnés se tensaba con fuerza, pequeñas piedras cayeron rozando mi casco, vi de reojo una pequeña saliente a mi izquierda estire la pierna y la alcance, milagrosamente esa saliente estaba fija a la montaña y vi como toda una pared de piedra se derrumbaba, una roca errante parecida a una navaja golpeo mi pierna derecha, estaba invadido de adrenalina y no sentí dolor ni ardor.
Llegue hasta donde me esperaba Darwin, me pregunto si estaba bien y si es que podía seguir, le respondí que sí, aunque me encontraba asustado y agitado, vi mi pierna, esperando encontrar la polaina rota, pero no, la polaina estaba bien, pensé que no me había pasado nada, así que decidimos continuar en dirección a la cumbre, vimos lo que había más arriba una rampa de rocas pequeñas que nos complicaban el paso, pero finalmente la superamos, Darwin siendo más fuerte prácticamente me arrastraba por esa pendiente resbaladiza, superado este obstáculo nos encontramos con la base de la pared final, completamente vertical con un pequeño remanso del antiguo glacial de la montaña a sus pies.
Nos habíamos equivocado pico, el pico máximo se había quedado atrás y nosotros nos encontrábamos en el pico conocido como pico Erica Elliott el cual había sido escalado por primera vez en 1974 por el Club de Andinismo Politecnico y ahora nosotros lo intentábamos. Descansamos ahí, bebimos algo de agua, y nos dispusimos a escalar esa pared, el primero en subir seria Darwin para colocar algún seguro en la parte superior para luego subir yo, pero cuando lo intento una roca del tamaño del vaso de una licuadora se desprendió, cayendo al vacío, decidimos entonces que esa sería nuestra cumbre, nos hacía falta una cuerda y no valía la pena arriesgarnos más, por prudencia decidimos regresar, nos felicitamos y empezamos el descenso.
Descendimos despacio y cautos en los pasos difíciles, pasamos la zona del derrumbe, luego la arista, y por último la canaleta, todo esto muy despacio, sentía un extraño dolor en mi pierna por el golpe con la roca pero no le preste atención terminamos el área rocosa y entramos nuevamente al páramo, -por fin a salvo pensé- pero veía lo que debíamos caminar hasta el campamento y sufría por el cansancio que eso iba a representar.
Caminamos una media hora y vimos a un jeep subir más arriba de la antena de telecomunicaciones, un señor y una chica descendieron a tomarse fotos, los saludamos y conversamos un poco, eran padre e hija, les pregunté si tal vez podrían llevarnos de regreso, pero vimos que dentro del jeep se encontraba un furioso perro pitbull que nos ladraba con ganas de comernos, el señor nos explicó que llevarnos dentro del jeep era imposible porque el perro seguramente aprovecharía la oportunidad para usarnos de su almuerzo, pero dijo que podíamos ir en el estribo del vehículo si nosotros no teníamos problema, con Darwin no teníamos problema con nada, ya habíamos viajado con ganado, en el Atacaso habíamos descendido junto a una vieja cocina industrial, viajar en el estribo de un jeep seria otra historia para contar, nos subimos y nos sostuvimos mientras el perro nos ladraba desde el interior del vehículo, y descendimos colgados afuera del jeep con las mochilas a nuestras espaldas, nos tambaleamos en las imperfecciones del páramo, ese era nuestro estilo de hacer montaña, (el estilo montañero Tréboles – Jiménez) este viaje es algo que nunca olvidaré.
El jeep nos dejó cerca al río, de ahí estabamos a 20 minutos de donde habíamos escondido la carpa y las bolsas de dormir, durante el ascenso me había quitado mis lentes porque se me empañaron, ya en el campamento los busque por todos lados, pero no los encontré, se me habían caído en la travesía de los sustos, seguía sintiendo una molestia en mi pierna derecha, y curioso por saber lo que había pasado retire la polaina y alce la basta, el golpe de la roca me había provocado un corte de unos 3cm en la canilla, -un arañón de gato- pensé, cargamos las mochilas y salimos del Parque Nacional.
Unas tres semanas después descubrí que ese arañón de gato en realidad necesitaba 3 puntos de sutura.
Volví a intentar esa cumbre una vez más junto con mi amiga Nojita y el club de andinismo Guallancatso, pero por mal tiempo no ascendimos, desde entonces no he regresado al hermoso Sincholahua, todas las mañanas me asomo a mi ventana para saludarlo desde el valle, a veces siento que él también me saluda, ya llegara el momento de volver a su belleza.
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