CRÓNICA DEL CAMINANTE – ALTAR
- Pablo Tréboles
- 4 abr 2020
- 5 Min. de lectura
CRÓNICA DEL CAMINANTE – ALTAR
Por: Pablo Tréboles
“Oh Gran hacedor del universo”
Con esas palabras comenzamos siempre un ascenso, ya sean dichas en voz alta o dentro de nuestras mentes, pues lo importante en todo caso, es demostrar respeto a las montañas y agradecerles por la vida que nos otorgan.
Habíamos comenzado una larga caminata mis amigos; Camilo, Gaby, Alejandro y mi persona, nuestro objetivo el campo italiano del cerro El Altar, era la primera vez que visitaba este lugar y como es normal iba muy emocionado. Un camino lodoso nos daba la bienvenida, un caballo blanco detrás de una cerca de alambre de púas nos observaba curioso.
Jorge Hanhalzer dice; “Los cerros, aunque parezcan, no son solo cerros, son hombres o mujeres, son buenos o malos, celosos o bandidos, jóvenes o viejos, sabios poderosos o divinidades menores y mezquinas”. Y así lo comprobamos cuando al subir por un pajonal justo a la izquierda de nuestras pesadas mochilas, asomaba imponente un hermoso cerro bañado en nieve mostrándonos la magnificencia de sus picos, los mismos picos con los que soñé aquella noche.
Era el frustrado Altar el que asomaba en lo alto de una cascada, frustrado, pues cuenta la leyenda que hace muchos años, años que solo podrían contar los árboles y el viento, el bandido, hermoso y joven Capacurco se había convertido en el amante secreto de la bellísima Mama Tungurahua quien a su vez también mantenía una relación con un enamorado y celoso Chimborazo, el gran Chimborazo siendo el monte más alto del Ecuador logró descubrir el engaño del cual era víctima y furioso desató su ira contra el joven Capacurco, pero el joven cerro no estaba solo y un comedido Carihuairazo salió en su defensa siendo también víctima de los furiosos golpes del Taita Chimborazo.
“Tú que vives en lo alto de las montañas que tanto queremos y que habitas en lo profundo de las quebradas, tú que controlas el viento, el rayo y la Yaku mama”
Ahora yo había tomado la parte delantera de la caminata, me encontraba unos cuantos metros más adelante que mis amigos, me detenía de vez en cuando, para disparar con mi cámara, eran ya las 4 y 15 pm, y el bandido altar se había cobijado con una gruesa capa de neblina escondiendo sus cascadas y lagunas, supongo que se sentía tímido por sus nuevos visitantes que entre risas se acercaban a sus faldas. Me detuve a descansar en la arista que nos llevaría a la zona de camping que deseábamos conocer, me quite las botas de caucho y me coloque los botines de media montaña, era el momento de subir por la arista sin saber lo que nos esperaba más arriba, empezamos a caminar de nuevo.
“A ti venimos hoy este grupo de amigos, para pedirte de manera humilde, nos permitas entrar en tus dominios, y disfrutar de tu naturaleza, de tus plantas, animales y rocas”.
Nos encontrábamos en una extensa arista, cuando sin esperarlo y de un momento a otro el cerro volvía a mostrarse, se había cobijado con neblina solo para jugar con nosotros destapándose sin avisar y asustandonos con la imponencia de su imagen, nos detuvimos para sacarle fotografías tanto al cerro, como a sus lagunas y a un gigantesco mar de nubes que se expandía en dirección al volcán Sangay, mi impresión era única, nunca había estado en un lugar tan hermoso, me invadió un sentimiento entre miedo y respeto, nunca me había sentido tan pequeño y tan grande al mismo tiempo. Pequeño; por que al estar ahí rodeado de montañas hasta un grano de arena parecía más grande que yo, y me sentía grande, por estar un lugar donde no muchos han estado.
Decidimos acampar en esa arista, levantamos las carpas y fotografiamos los alrededores, cocinamos y nos alimentamos, para así pasar una larga noche a 4500msnm, a esa altura era difícil conciliar el sueño y mientras nos manteníamos despiertos, conversando y bromeando, observamos desde el interior de nuestras carpas al famoso juego de los cerros, una serie de luces parecidas a relámpagos, iluminaban el cielo una y otra vez, unas ráfagas lumínicas más fuertes que otras, simplemente magnífico. De repente escuchamos pequeñas pisadas y ruidos, seguramente de un lobo andino que curioso por los campistas se acercó al campamento.
“Te traemos la energía de los Apus, de los taitas y mamas que están a lo largo de la cordillera y te pedimos que de la misma manera que nos permites entrar, permítenos salir”
Ya había amanecido, la noche no fue tan fría como esperábamos, pero la mañana se mostró con llovizna y viento, tuvimos que permanecer dentro de las carpas hasta las 10am, cuando por fin paso un poco el viento y la llovizna y entonces salimos a preparar nuestro desayuno que consistió en una sopa de fideo con arroz, tuvimos que desayunar dentro de una de las carpas pues a las 10 y 30 había comenzado a llover, esta vez un poco más fuerte. Desayunamos y tomamos la decisión de acercarnos al glacial, pero debíamos esperar a que la lluvia pasara, para poder desarmar las carpas y dejar alistando nuestras mochilas, cuando por fin cesó la lluvia nos dispusimos a ese arduo trabajo, y una vez finalizado nos dirigimos a las nieves perpetuas de cerro Altar. No estábamos tan cerca como habíamos imaginado, pero después de una cansada caminata llegamos al glaciar, de nuevo el cerro se comportaba amable con sus visitantes y destapándose por unos 15 min, nos dejó ver sus cumbres y sus lagunas.
Como niños nos encontrábamos jugando con la nieve, tomándonos fotos, riéndonos y grabando videos, las lagunas espléndidas nos sorprendían con su belleza.
En 15 minutos logramos ver todo lo que queríamos y satisfechos por ese paisaje iniciamos el descenso a nuestro campamento, en el camino de regreso antes de llegar al lugar donde habíamos acampado, encontramos otro grupo de amantes de la montaña, en ese grupo se encontraba otra amiga nuestra, Gaby Mancheno, con quien saludamos y deseando buena fortuna a todo ese grupo y muy especialmente a Gaby, nos despedimos.
Tomamos nuestras mochilas que ahora parecían más pesadas que el día anterior, de nuevo me puse las botas de caucho y empezamos el largo camino de regreso a la bocatoma, el cerro Capacurco nos despidió de una manera muy singular, pues cuando empezamos a regresar al páramo, se despejo casi en su totalidad y nos mostró sus picos y a sus compañeros eternos, aparecían las lagunas, el Cubillin, al fondo aparecía el imponente y glorioso Sangay, al otro lado el bravo y aguerrido Chimborazo y ya en la noche cuando finalizamos nuestro viaje e iniciamos el viaje de retorno a Quito se mostró una muy linda Mama Killa en el cielo y entre ese paisaje nocturno aparecía una dama cobijada con estrellas y luz de luna; la Bellísima Tungurahua.
“HUYAYAY”






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